domingo, 22 de agosto de 2010

Momento de reflexión

El tema del tattoo sigue adelante. De hecho, el martes tengo la cita y no creo que me eche atrás. Pero me siento mal. Estoy convencida de que por el dibujo no me voy a arrepentir, pero sí por el dinero. Estoy a punto de empezar una nueva etapa (de la cual el tatuaje va a representar un símbolo), va a ser muy dura económicamente y yo me voy a gastar un dineral en un capricho. Eladio no me ha dicho nada, pero veo que le duele darme el capricho porque a él le cuesta mucho ganar el dinero y yo no aporto nada a la economía familiar. El verano pasado aún pude dar clases particulares y repasos, me saqué algunas perrillas, pero este año nada de nada. Entre unas cosas y otras nos hemos gastado más en este mes de agosto que en uno normal (pero bueno, hemos comprado los libros, las batas, etc.) y el próximo mes ya empezará a ser rutina. En nada estaremos en Navidad y la cuesta de enero se alargará hasta marzo o abril, fijo. No me gusta nada el dinero, pero es algo que me preocupa. Y maldita la gracia si se tiene que apretar el cinturón toda la familia porque yo me quiero hacer un tatuaje.

A pesar de que este blog es público, que con un simple buscador se puede dar con él y de que lo puede leer cualquiera que le interese e incluso comentarlo; he decidido mantener en secreto el tema. Mi prima (la que me acompañará) lo sabe, pero le he pedido que no diga nada. Creo que nadie de mi entorno más cercano lo sigue y si es así espero respeten mi silencio. Mis padres se enfadarán cuando se enteren (sobretodo mi padre), no por el hecho de que me tatue sinó por el momento tan delicado que he decidido para hacerlo. Al fin y al cabo soy mayor de edad, pero me verán como a una inconsciente. Por eso prefiero recuperarme moralmente para afrontar el sermón que me espera y que me he dado a mí misma durante varios días.

Ya dimos la paga y señal. No hay marcha atrás, según Eladio. Él no quiere perder el dinero que entregamos. Que conste que si me lo pide estoy dispuesta a echarme atrás. Sólo tiene que decírmelo. Sin enfados ni rencores. Lo entendería. Él me entendió a mí, comprendió mis motivos para tan descabellada idea y de por qué ahora y, por otro lado, también soy consciente de que hay que tocar con los pies en la tierra y ser realista. Más terrenal, menos espiritual.

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