lunes, 25 de junio de 2012

Locura

Hacía tiempo que le daba vueltas, pero no me acababa de decidir. De hecho, hacía varios años que se lo había comentado a mi marido, pero entre la situación económica complicada y perpetua en la que vivimos y que aparte que no le veía convencido con la idea de hacerme otro piercing en la oreja nunca acabé de dar el paso. La zona era la parte alta del cartílago. Investigando por internet me he enterado de que este tipo de perforación se llama hélix. El problema ha sido que este último mes ha sido agotador por la presión psicológica a la que me he visto sometida y mi cabeza no paraba de darle vueltas a esto y a mil cosas más...

Día 1: Toma de decisión
Mi hija Aroha perdió uno de sus pendientes hace unos días. Ella los lleva desiguales: uno es un aro y el otro lo va cambiando. El aro siempre lo lleva para que la gente sepa quién es, que la diferencien de su hermana gemela (en la escuela, con las madres de sus amigos y algunos familiares); es su marca distintiva... El caso es que para suplir el que había perdido busqué en el baúl de los recuerdos donde tengo joyas de cuando eran bebés y encontré uno que me encanta: una estrella de oro con una circonita en el medio. A parte de que es una joya que me gusta creo que es el único pendiente que se han llegado a poner mis tres hijas. La idea del piercing me volvió a la cabeza con la forma de esa estrella. La imagen empezaba a dibujarse más claramente en mi mente. Opté por otro pendiente para ella y éste lo guardé aparte... por si acaso...

Día 2: ¡Adelante con el plan!
El estrés me estaba empezando a ahogar. Los exámenes, los trabajos, las exposiciones orales, el miedo a no llegar a todo, mi padre, mis cosas... ¡Necesitaba una vía de escape! Me fui a dar una vuelta y a hacer un par de encargos, mientras mi cabeza no paraba de darle vueltas a cómo hacerme el piercing yo misma en casa. Pensé en cómo les hicieron las perforaciones a mis hijas cuando eran bebés, en cómo me las hicieron a mí en el ombligo y en la nariz (sobretodo en la nariz que también es un cartílago), pero no me parecía que fuese una guía de la que me debiera fiar en demasía. Al llegar a casa me conecté a internet y empecé a buscar información. La red tiene mucha información, creo que demasiada, y es bastante común encontrar diferentes webs que se contradigan; la cual cosa me confundía.
Decidí desenroscar el pendiente y meterlo en alcohol junto con una aguja de una jeringuilla que tengo para extraer suero fisiológico de una botella. El primer fallo, y tal vez el más importante, fue la aguja. Mientras dejaba que el alcohol desinfectara los instrumentos que iba a utilizar seguí buscando información y al cabo de un rato me preparé el resto del instrumental sin pensar demasiado en lo que estaba a punto de hacer. Unas gasas esterilizadas, una buena iluminación, el vasito con alcohol (y lo que había puesto antes dentro) y un punta fina. Bueno, la verdad es que esto del punta fina se me ocurrió porque cuando me hice el piercing de la nariz primero me lo marcaron para que me hiciera una idea de dónde y cómo quedaría. Me lo borré y lo volvía a dibujar varias veces, pero tenía bastante claro dónde lo quería y cómo. Podría haberme adormecido la zona aplicando hielo durante unos minutos, pero decidí no hacerlo. No voy a entrar en el debate de si fue una decisión acertada o no.
Con la mente en blanco me lavé las manos, saqué lo elementos del alcohol y los sequé con una gasa. Cogí la aguja y me quedé helada delante del espejo, como una estatua, en posición de ataque sobre mi oreja. Me estuve observando a mí misma en el espejo y entonces recapacité. No me entró el miedo escénico pero titubeé durante unos minutos. Cuando reuní el valor suficiente respiré hondo e hice fuerza contra mi propia oreja. La inserción no fue inmediata. El cartílago era mucho más duro de lo que pensaba. Tuve que insistir con fuerza y finalmente lo logré. Ahí estaba yo, con una aguja que me atravesaba el cartílago y con todo el cuerpo temblando a causa de un subidón de adrenalina ya que mi cerebro reaccionó a la invasión de un cuerpo extraño.
¿Y ahora qué? ¿Cómo me pongo el pendiente? No me quedaba alternativa: tenía que volver a quitarme la aguja y aprovechar la perforación para poner el pendiente. Creo que me dolió más la extracción que la inserción. Me empezó a salir sangre por la perforación. El fallo que decía antes era que si hubiese sido un catéter en vez de una aguja este paso me lo habría ahorrado y no tendría por qué haber pasado por tanto dolor, porque no todo acabó aquí: poner la estrellita fue lo peor. Cuando inserté la barra del pequeño pendiente en el agujero visible (el de la piel) no fui capaz de hacerlo por aquel que no se veía (el del cartílago). Jugué con la posición de la barra para intentar encontrarlo. Fue muy doloroso y no lo encontraba. Después de mucho insistir cambié de opinión y decidí atravesar de nuevo el cartílago, pero esta vez con el propio pendiente. Tuve que hacer muchísima fuerza, mucha más que antes ya que la punta de la barra no era como la de una aguja, pero al cabo de unos minutos de insistir lo conseguí y atravesé el cartílago. Ya solo faltaba la piel del dorso del pabellón auditivo. La verdad es que después de lo que había pasado aquello fue coser y cantar. Enroscar el pendiente también fue doloroso porque la piel también se estira y debía hacerla retroceder cuánto fuese posible para evitar que se me enredara con la rosca.
Una vez finalizado me paré a reflexionar y caí en la magnitud de lo que había hecho: ¿y las infecciones? ¿y las curas? ¿y explicar a mi gente cómo se me había ido la pinza en el transcurso de la mañana? Decidí continuar con la búsqueda de información por internet para las curas y mantener toda esta historia como un secreto. Al menos de momento...
El color morado de la oreja se fue en cuestión de minutos. El dolor fue igualmente intenso durante un rato más, luego fue amainando. Pude pasar todo el primer día sin ser descubierta. Por otro lado, y después de mucho buscar y contrastar diferentes informaciones llegué a la conclusión de que las curas más adecuadas para el piercing era limpiarlo dos veces al día: primero impregnarlo bien con suero fisiológico, después aplicar agua y jabón sin tocar demasiado la pieza metálica, más tarde enjuagarlo todo bien con agua tibia y finalmente secar tan bien como sea posible con un papel absorbente. También es conveniente darle vueltas al pendiente cuando está húmedo para evitar que se quede pegado a la piel cuando ésta cicatriza.

Día 3: Consolidado
La primera noche no fue dura. Precisamente duermo del lado en el que me hice la perforación, pero pude dormir tranquilamente. Fui a la universidad a seguir con la rutina, estuve con mi marido y con mis hijas y nadie se dio cuenta de nada. Ya no me dolía en absoluto y además con el pelo recogido igualmente me quedaba tapado. Era fácil mantener el secreto. Seguí con las curas a espaldas de todo el mundo.

Día 4: La confesión
Me parecía absurdo haberme hecho una perforación como esa, que hacía tiempo que quería hacerme, y una vez hecha esconderla. Supongo que me daba vergüenza decir que me lo había hecho yo y que después se me infectara. ¿Qué sentido tenía todo lo que había hecho entonces? Mi marido tenía que ser el primero en saberlo y, aunque me costó sacar el tema, así fue.
Me quité un peso de encima. Sentí que había hecho lo que tenía que hacer. La verdad, es que todo el asunto en su conjunto era un poco absurdo, pero supongo que la mente humana tiene que cubrir necesidades muy primarias al fin y al cabo.

Día 5
Las curas seguían su curso. No había indicios de infección. No había un color extraño a su alrededor. El dolor solo hacía acto de presencia en el momento en que me lo tocaba. Por las noches era un poco molesto, pero tampoco me quitaba el sueño.

Por lo visto cumpliendo con unos mínimos en higiene no hay de qué preocuparse. El piercing Hélix es de los que más tardan en cicatrizar (desde dos meses hasta un año entero), por lo tanto el riesgo de infección a causa de una herida abierta no baja hasta que no está cerrado del todo. Tenía que haber usado un catéter para ahorrarme todo aquel dolor, pero seguramente la mayor locura fue hacérmelo yo misma y en casa. No me desmayé ni pasó nada malo, pero no lo aconsejo en absoluto. Es preferible acudir a un centro especializado y que te lo haga un profesional, de esta manera te aseguras unas garantías y aunque tengas que pagar sabes que si hay algún problema siempre responderán. La ventaja que tengo yo particularmente es que gestiono muy bien el dolor y soy capaz de mantener mi mente alejada de aquello que me daña (creo que debería probar con la meditación...). Estoy segura de que otra persona hubiera abandonado ante semejante dolor, porque he de confesar que hasta yo me lo planteé; pero ya había empezado con todo y no quería dar marcha atrás. Eso sí, el resultado es mejor de lo que me imaginé.

Ahora a continuar con las curas y a esperar que todo vaya bien... Este diario improvisado de una locura se acaba aquí.