domingo, 2 de septiembre de 2018

Acto de reflexión

Ya estamos en septiembre y después de pasar un verano atípico me he podido plantear muchas cosas...

Me he llevado varias decepciones derivadas de las expectativas puestas en el estudio del máster y de las posibles salidas que este título me brindaría. He visto por los medios lo poco valorado que está un máster ya que cualquier niño rico puede comprarlo sin necesidad de estudiar, cómo algunas empresas de formación online se aprovechan de la necesidad de otras ofreciendo estudios privados a nivel de máster que no lo son en absoluto, he sido testigo directo de ver cómo cuando llevas el San Benito de una profesión es casi imposible deshacerte de él. Todo esto me llevó a pensar "¿realmente no he estado perdiendo el tiempo con estos estudios?" Quiero pensar que no, pero lo cierto es que después de ver todo lo que he visto en apenas un par de meses me entristece y me rompe el alma creer que mis esfuerzos no han servido para nada más que añadir un par de líneas a mi currículo; que nada más ha cambiado.

Por otro lado, la empresa en la que he estado trabajando últimamente me ofreció algo más estable, pero no acepté. Me explico: se trata de una academia situada en una población que está a una media hora en coche de donde yo vivo. Los trabajos que me han ido ofreciendo a lo largo de los últimos dos años ha sido intermitente ya que me ofrecían llevar a cabo cursos subvencionados para parados o para trabajadores, por lo tanto, dependiendo de la tipología del curso me ofrecían más horas, más tiempo o menos, más cerca de casa o más lejos, etc. Por supuesto, la última palabra siempre era la mía y no ha habido ni una sola vez que les haya dicho que no. Estos cursos eran todos de inglés, por lo que mantenían en mí esa falsa sensación de que estaba trabajando de lo mío, aunque yo realmente no lo sienta así. Si quisiera ser maestra habría estudiado magisterio, ¿no? El resultado de todo esto han sido unos horarios y unos ingresos muy bienvenidos pero totalmente irregulares que me he tenido que combinar con mi familia y demás ocupaciones para poder cumplir. A principios de este verano me ofrecieron trabajar un curso entero. Cuando me lo dijeron se me heló la sangre porque ya lo había hecho en otra academia y sabía lo que significaba trabajar con grupos de niños de todas las edades: te tiene que gustar mínimamente o sino acabarás odiándolos a todos. Pero ya no es solo eso, también implicaba que no viera a mis hijas por las tardes y el viaje diario a la población que he mencionado antes por un sueldo bastante irrisorio. Tal vez, la persona que ocupaba este puesto anteriormente ya lo tenía bien, pero también hay que tener en cuenta de que se trataba de una chica de unos veintidós años, sin cargas familiares y que vive a cinco minutos en coche de la academia. Tal vez a ella sí que le cundía. A mí, desde luego que no, así que no me quedó otra alternativa que rechazar la oferta y así fue como me tuve que apuntar al paro. No por rechazar la oferta sino porque hasta ahora me contratan por cursos y en verano no hay ninguno.

Sabía que en septiembre me volverían a llamar para empezar otro curso de inglés. No es una idea que me apasione, pero hasta el momento es el único ingreso real que tengo y acepto encantada cada vez que me llaman. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Pero Einstein dijo en una ocasión algo así como que "si buscas un resultado diferente debes cambiar la manera de hacer las cosas", así que actualicé mi currículo y me puse a buscar ofertas de empleo que pudiesen encajar conmigo (y yo con ellas, por supuesto). Me apunté a muchas, me rechazaron en varias sin darme opción a presentarme. Amplié mi radio de actuación y más de lo mismo. Así que aposté por una oferta en el extranjero y ellos sí que mostraron interés en mí de inmediato. A ese puesto postulamos más de doscientas personas, pero después de un proceso de selección que tenía varias etapas me eligieron a mí. ¡A mí! En España me habían rechazado constantemente: sin darme la oportunidad de presentarme o de defender mi trabajo y/o estudios, conociéndome pero priorizando amiguismos, enchufes y favores personales para dar la oportunidad a otra persona que pudiera estar preparada o no, eso no lo sé. En ese país, no solo me querían sino que me ofrecían alojamiento los primeros días, formación específica al inicio y de reciclaje cuando ya me hubiese instalado, facilidades médicas, contrato permanente, un sueldo inicial mayor al de mi marido que lleva veinte años en la misma empresa, ayuda para buscar hogar y regular los papeles y un larguísimo etcétera de ventajas que aquí no se plantea casi ningún empresario que hizo que se me saltaran las lágrimas. No estoy hablando de un país que esté en la otra punta del mundo, sino de uno bien cercano que parece ser que tiene una visión del mercado laboral bien distinta. Al principio dije que sí, pero enseguida me di cuenta de que mi situación personal era mucho más complicada de lo que parece y con esta nueva situación me di cuenta de que no podía simplemente hacer las maletas y largarme dejando a mi familia atrás. Por desgracia y muy a mi pesar (me pasé un día entero llorando) tuve que rechazar la oferta. Sin embargo, ellos no me cerraron la puerta y eso me da pie a pensar que podría arreglar las cosas con tiempo para irme tranquila y sin precipitarme, que pasar un tiempo en el extranjero sería una buena opción a nivel personal y profesional. Incluso es posible que no vuelva a España porque, sinceramente, no veo que haya mucho futuro para las próximas generaciones. Hace años que lo veo, pero la zona de confort es muy potente y cuesta mucho dar el salto y salir de ella.

Durante estos dos meses también he estado barajando la posibilidad de emprender. He estado pensando en algo en lo que me defienda bien y visualizar un posible negocio, pero me está siendo muy difícil. Cuando alguien quiere emprender, no sólo tiene que tener presentes sus fortalezas, sino también las necesidades del público al que se va a dirigir y lo cierto es que todas estas variables me han abrumado un poco y me he desanimado con la idea. Llevo dando clases de inglés prácticamente desde que me gradué de la universidad. Por mucho que me pese, me he especializado en eso porque en eso se basa mi experiencia laboral. Pero no me quiero dedicar a eso y mucho menos si tengo la posibilidad de emprender y elegir cuál va a ser la actividad económica de mi empresa. Lo que sí que tengo claro es que no quiero una empresa física o que requiera un espacio físico y de esta manera me podrá permitir trabajar desde cualquier lugar: la sala de espera del médico, el tren, el parque, mi propia casa o una biblioteca, por ejemplo. Por supuesto que me gustaría sentir pasión por lo que haga, así que he llegado a la conclusión de que debo madurar más todo este planteamiento.

También he pensado en mudarme. Mis padres tienen una casa en un pueblecito que en verano multiplica por diez sus habitantes habituales, pero con el que me he sentido mucho más identificada que con el lugar en el que vivo ahora. Además, la zona en la que vivimos parece un enorme dormitorio en el que la actividad económica está reservada a unos cuantos, a los que llevan toda su vida y varias generaciones aquí, a los que son de la casa tal... y yo ni siquiera me siento parte de este sitio. Si pudiera emprender un negocio con los mínimos que tenía en mente, tampoco importaba demasiado que viviera en una aldea apartada, siempre que hubiera conexión a internet. El problema en este caso es la reubicación de las niñas. Sinceramente, creo que ahora no es el momento de hacer grandes cambios, pero que cuando finalice este curso que está a punto de empezar estaremos en una situación bien distinta para poder tomar decisiones más radicales.

He empezado a leer libros de motivación personal en los que encuentro sabios consejos para educarme financieramente. Por desgracia, el dinero manda y si no cuentas con su apoyo no puedes hacer muchas cosas. Así que instruyéndome y dejándome influir por sabios consejos espero emprender un nuevo sendero que me lleve a algún éxito profesional destacable. De momento, he empezado a probar cosas distintas para encontrarme con resultados diferentes. Tal vez la clave no esté en mis estudios, sino en mis motivaciones, en lo que me guste hacer o en aquello que despierte mi interés. Demasiadas encrucijadas para un verano tan corto, demasiados altibajos para volver a la rutina habitual.

Lo primero y primordial será fijar unos objetivos y después analizar el contexto que los acompaña: ¿A qué me quiero dedicar? ¿Cómo lo voy a conseguir? ¿Esto que estoy haciendo es un buen medio para conseguirlo? Me estoy cansando de soñar y de esperar a que la situación ideal llegue. De hecho, creo que la idea de "situación ideal" solo es una utopía que no se producirá nunca y que no son más que mis propios miedos los que me frenan. Cada vez estoy más decidida a romperme las vestiduras para llegar a otro nivel, todavía inexplorado, al menos para mí.

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